lunes, 10 de agosto de 2009

Un poco de mí

Quizás antes no nos habíamos presentado. Soy Linda Rubí Martínez Díaz, nací el 7 de diciembre de 1984, originaria de San Marcos de León, Municipio de Xico, Veracruz. Soy Licenciada en Filosofía por la Universidad Veracruzana y actual Directora General del Instituto de la Juventud Veracruzana.

Nací en el seno de una familia cuyos padres no fueron políticos o empresarios. Mi madre es profesora de una primaria cercana a mi casa, y mi padre es carnicero. Para mí es un orgullo tener estos orígenes, pues ellos me enseñaron que el trabajo duro y la dedicación es la única forma correcta de hacer las cosas. Y sobre todo, me influyeron en la tarea más importante en mi vida, que es servir a los demás.

Mi carrera política comenzó oficialmente desde los quince años, pero puede vislumbrarse desde que gané mis primeros concursos escolares y estatales de oratoria a corta edad, mientras me convencía que mis aspiraciones no podían quedarse ahí y comencé a organizar pequeños grupos con ayuda de amigos para poder gestionar algunos eventos. Fue cuando aún siendo menor de edad me invitaron a participar en el Frente Juvenil Revolucionario (FJR) de mi municipio. Este fue el paso crucial que determinó mi vida actual. El frente fue la primera organización donde pude decir “aquí también es mi hogar”. Ahí tuve contacto directo con las ideas progresistas y revolucionarias que han forjado al PRI que necesita nuestro país. Pero también donde encontré a los verdaderos amigos que comparten la misma vocación que yo: servir a quien más lo necesita.
Tengo valores familiares primordiales que influyen directamente en lo que hago y convicciones irrefutables sobre las que me sostengo. Creo firmemente en el amor al prójimo, en el amor a la patria, en que cualquiera que persevere con determinación obtendrá algo de valor a cambio. Esas ideas subyacen en cada columna que he publicado en el Semanario El Regional. Como licenciada en filosofía, he aprendido máximas como “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” (Mt 7, 12). Me he forjado en la filosofía feminista de Graciela Hierro que por un lado defiende la igualdad tan deseable en nuestros tiempos, pero que acepta que en lo más profundo de cada quien, hay algo único que nos distingue y nos hace ser como somos.

Ahora, como muchos lo saben, estoy en algo diferente. Estoy totalmente agradecida con nuestro Señor Gobernador porque me consideró para apoyar a la juventud a través de la administración pública. Hacer equipo con quien ha entendido la voluntad del pueblo veracruzano y la ha expresado a través de políticas públicas efectivas, me ha inspirado para seguir en esa línea de bienestar social. Pero así como él, también creo en lo nuevo. Creo en los jóvenes con quienes me rodeo que aspiran a la grandeza. Confío que la sangre nueva trae las semillas de la solidaridad, del trabajo en equipo. Por ello, el INJUVER ha trabajado buscando la innovación, la vinculación y el rescate de los valores. Estamos por terminar la reestructuración del Instituto a través de todo el Estado de Veracruz, donde cada municipio tendrá su Instancia de Juventud, acercando los programas y apoyos que se ofrecen. Hemos logrado este año proporcionar más de 12,000 Tarjetas Poder Joven, para obtener descuentos en más de 20,000 comercios afiliados a las Cámaras Empresariales y a nuestro programa. Nuestra meta para cerrar el año es llegar a entregar 70,000 Tarjetas. Cada día llegan a nuestras oficinas solicitudes de becas, de apoyos productivos y financieros y hemos respondido favorablemente a través del despacho gubernamental de proyectos. Los jóvenes deben saber que no están solos, que tienen un lugar que nuestro Gobernador creó para que se desarrollen con libertad y autonomía.

Confío además que abriremos los comedores estudiantiles para evitar la deserción de nuestros jóvenes. Es en la alimentación y en la educación donde también queremos enfocar la tarea de INJUVER. Por ello invito a los jóvenes a colaborar con nosotros. Las ideas frescas deben gestionarse y no quedarse en un sueño. El Instituto brinda las oportunidades que se necesitan y está también abierto a propuestas que favorezcan a la juventud.

lunes, 13 de abril de 2009

Hacia una justicia proporcional

El problema de la discriminación es un problema milenario y se ha manifestado de diversas formas a través de las distintas culturas. En un principio se sustentó bajo el concepto de raza natural y de raza degenerada. Se consideraba que al nacer dentro de una raza determinada, se llevaba en la sangre aquello que lo hace ser miembro de ella. Y bajo esa justificación no había problema en intentar destruir a aquellas que constituyeran un peligro. De igual forma, si alguien de la propia raza nacía con características indeseables, se justificaba su anulación en pos de la salud de la comunidad. Todo esto vino a cambiar en la modernidad, debido a que los pueblos comenzaron a mezclarse y a dar paso a una nueva forma de discriminación. Dado que el estado pasó a ser determinado por la estructura de producción capitalista, y dadas las características físicas por las que los trabajadores son contratados, comenzó a discriminarse a las personas por su incapacidad para realizar determinadas tareas.

Este problema aún se mantiene oculto a pesar de su aparente superación con la creación de programas e institutos pro-integración, pues aún cuando algunas empresas han librado positivamente esa batalla e incluyen a personas con distintas capacidades en su planta laboral, hay un tufo cultural que orilla a que se les trate como inferiores.

Pero detengámonos a pensar cuál es la razón de este problema, pues a veces no basta el sólo promover que estas actitudes son indeseables. Muchas veces las acciones tienen un fundamento en la manera como se consideran los conceptos. Por ejemplo, algunos creen que es mejor tener el suficiente dinero para estar bien, mientras hay quien desea despojarse de sus posesiones para poder estar bien. Similarmente, creo que el problema de la discriminación es en principio conceptual, y ha orientado a las personas a actuar en consecuencia. El problema es seguir manteniendo la distinción conceptual entre personas con “capacidades diferentes” y con “capacidades normales”. Si queremos ser una sociedad de vanguardia, lo mejor que podemos hacer es eliminar dicha distinción y pensarnos bajo el concepto legal de individuo, sin verificar nuestras distintas características que por azar todos tenemos.

Pero a la vez hay que mencionar que no todos somos iguales. Algunos tienen el privilegio de nacer en buenas familias mientras que otros nacen en la miseria. Algunos crecen dentro de costumbres milenarias y otros bajo ideales posmodernos. Algunos somos mestizos, y otros tienen sus raíces físicas más arraigadas. Y de igual manera, genéticamente somos diferentes. Mis hijos probablemente nacerán con problemas cardiacos, y los hijos de Stephen Hawking nacerán con problemas degenerativos. No tenemos qué hacer un examen más minucioso que verificarlo empíricamente. El que todos seamos diferentes hasta de nuestros padres no implica que debamos comportarnos sin tomar en cuenta el estado de derecho. Hay ciertos elementos que debemos preservar para mantener un halo de cordialidad, como el respeto al otro, la tolerancia de las diferencias, la integración de aquellos que se adaptan con dificultad. Pero mantener nuestras diferencias lejos de resultar contraproducente, nos hace reconocer a los otros como radicalmente distintos de uno mismo, lo cual nos hace crear una identidad propia. Si fuéramos todos iguales, no habría una diferenciación que nos convenciera que nosotros somos únicos e irrepetibles.

Lejos de representar una contradicción el que todos debamos ser tratados por la ley de manera igual, pero conservando las diferencias que nos hacen ser lo que somos, esto representa un impulso por la justicia proporcional. No todos estamos en las mismas ventajas que los demás. Las personas con capacidades diferentes tienen que gozar de los mismos derechos que cualquiera pero necesitan tener una ventaja comparativa con qué ajustar los tacos de salida y poder competir con aquellos que no necesitan de ella. Los trabajos actuales deben ajustarse a las medidas de las necesidades para poder desempeñarse sin problemas. Y el hecho de que tengan qué crearse estos espacios que condicionen un desempeño óptimo no tiene qué generar carencia en otros ámbitos, como el trato desigual o el recibir un sueldo inferior.

En este sentido debe aplicarse la justicia proporcional, situada entre una justicia igualitaria y una justicia jerárquica. Es un hecho que todos somos iguales, pero si se trata de repartir equitativamente los recursos, sería injusto que quien tiene más recibiera lo mismo que quien tiene menos. Sería poco adecuado que quien usa sus dos piernas reciba una silla de ruedas. La justicia proporcional viene a aplicarse de tal manera que el que está en desventaja recibe más que quien no lo necesita. Las necesidades especiales requieren de un apoyo extra al de los demás, y esto lejos de significar un trato desigual favorece el poder competir de manera igual.

Aunque el fenómeno actual es contrario a lo deseable, debemos propugnar por una sociedad que poco a poco adquiera el concepto de justicia proporcional. Aunque los resultados inmediatos sean pocos, a la larga rendirán frutos cuando dicho concepto se acepte de manera natural entre todos los miembros de la sociedad.

viernes, 27 de marzo de 2009

Cuidar a las personas

Uno de los mayores problemas que aquejan a nuestros jóvenes son las adicciones a sustancias que atentan contra su salud. Nuestra sociedad con el paso del tiempo, ha ganado muchos espacios de libertad. Pero esto ha significado de igual forma, una apertura hacia ciertas prácticas que no son usadas para el beneficio de sus integrantes.

Las adicciones representan pérdidas descomunales. No sólo es robado el futuro de nuestra sociedad, sino también nuestros sueños. Sin embargo, dado este problema, ¿qué solución podemos aportar? ¿Debemos seguir con aquellas acciones que castigan a quienes han recaído, tal y como las prisiones tradicionales castigaban a los presos? ¿O no acaso hace falta repensar el papel de nuestras instituciones de “reforma”, para ayudar a quienes tienen estos problemas de una manera más humana y práctica?

El futuro de nuestra sociedad no depende en seguir preservando aquellas relaciones que nos hacen daño. Lo fundamental radica en las luchas compartidas. En crear formas estratégicas que comprometan a encaminar a quienes no han encontrado su lugar en nuestro mundo. De lo que se trata no es de destruir y alejar, sino de hacer una sociedad inclusiva e integral. Donde todos tengamos un lugar para poder desarrollar con eficacia nuestras capacidades.

Sin embargo, ya no estamos en los tiempos cuando lo que importaba era el castigo y no el perdón. Es urgente un esquema diferente, que nos ayude a pensar a los otros como parte de nosotros. Y esto no puede hacerse por medio de la represión. Nuestra sociedad debe cimentarse bajo la premisa de que aquellos jóvenes que han cometido errores, deben ser tratados como individuos. No hay razón de peso que orille a generar crueldad sobre nadie. El objetivo de nuestras instituciones es cuidar a las personas. Y esto nos debe obligar a implementar programas que reinserten a estos jóvenes a la sociedad.

Pero creo que nuestras instituciones también deben aprender algo. Es urgente un cambio de rumbo en la implementación de las políticas públicas para los jóvenes que tienen adicciones. Ya es obsoleto seguir pensando a cada organismo gubernamental de manera aislada; hoy más que nunca es indispensable el trabajo conjunto. Porque de lo que se trata no es de pensar que sólo somos la suma de individuos libres. Somos además una comunidad, que debe trabajar como tal para poder sobrevivir.

Linda Rubí

jueves, 19 de marzo de 2009

Pensar a la crisis como origen de lo nuevo

Tenemos problemas, grandes problemas. El planeta está en medio de una crisis descomunal que apenas comienza, originada en las estructuras de una economía sostenida en el ideal del libre mercado. Nuestro país no está exento de esta debacle financiera. La interdependencia de los países provoca que el éxito y el fracaso sean mutuos. Pero como en cada uno de nuestros proyectos individuales y compartidos, siempre habrá momentos difíciles y gratificantes que nos determinarán y nos pondrán a prueba. El éxito de una sociedad no se mide en la cantidad de proyectos realizados, sino en cuántas veces ha podido sobrellevar esos tiempos de crisis y levantarse.

Los mexicanos tenemos la experiencia de vivir en medio de problemas constantes que causarían terror hasta a los ciudadanos más valientes de primer mundo. Somos un país que ha luchado contra corriente, donde jugamos con mayor desventaja para conseguir lo que es fácil para otros. Siempre nos esforzamos más para obtener lo indispensable. Y esto representa una ventaja sobre quienes quieren ganar sin dar primero algo a cambio. Los mexicanos no somos los consentidos del planeta, y esto ha orillado a adaptarnos a cualquier circunstancia para poder sobrevivir.

Ochenta años después de la peor crisis financiera, hay indicios de una crisis mayor y originada en las mismas raíces. La historia se repite. Pero hoy en día en Veracruz, tenemos mejores herramientas e instituciones sólidas para enfrentarlo. No sólo debemos resistir a la tormenta, sino tener fe. Necesitamos recuperar nuestro espíritu que ha prevalecido intacto a través del tiempo, un espíritu de solidaridad hacia quienes más necesitan. La tarea de rescate es obligada y todos debemos participar. En cada uno de nosotros está depositado el futuro de nuestro pueblo.

Cualquier acción por mínima que parezca, contribuye gradualmente a cambiar al mundo. Y será mucho más efectiva si incentiva a otros a colaborar en comunidad. Sé que muchos jóvenes permanecen indiferentes. Otros están desesperanzados pues ya han sufrido directa o indirectamente el desempleo, la disminución de su libertad económica, el renunciar a sus sueños. Es natural e irreprochable su pesimismo. Sin embargo, es preciso decirles: “estamos juntos en esto”. Si cae uno, caemos todos. Y no hay peor acción que dejar a la intemperie al hermano, cuando nuestra casa es demasiado grande.

Los jóvenes tenemos aspiraciones para construir una sociedad que dé lugar a ideas que nadie más soñó. Donde el mundo se guíe con la imaginación y la creación. Pero también donde haya un sentido de comunidad y de respeto por las diferencias que nos hacen ser personas únicas. Es tiempo de dar lo mejor de cada uno para mostrar que con constancia y determinación, podemos lograr lo imposible.


Linda Rubí