lunes, 13 de abril de 2009

Hacia una justicia proporcional

El problema de la discriminación es un problema milenario y se ha manifestado de diversas formas a través de las distintas culturas. En un principio se sustentó bajo el concepto de raza natural y de raza degenerada. Se consideraba que al nacer dentro de una raza determinada, se llevaba en la sangre aquello que lo hace ser miembro de ella. Y bajo esa justificación no había problema en intentar destruir a aquellas que constituyeran un peligro. De igual forma, si alguien de la propia raza nacía con características indeseables, se justificaba su anulación en pos de la salud de la comunidad. Todo esto vino a cambiar en la modernidad, debido a que los pueblos comenzaron a mezclarse y a dar paso a una nueva forma de discriminación. Dado que el estado pasó a ser determinado por la estructura de producción capitalista, y dadas las características físicas por las que los trabajadores son contratados, comenzó a discriminarse a las personas por su incapacidad para realizar determinadas tareas.

Este problema aún se mantiene oculto a pesar de su aparente superación con la creación de programas e institutos pro-integración, pues aún cuando algunas empresas han librado positivamente esa batalla e incluyen a personas con distintas capacidades en su planta laboral, hay un tufo cultural que orilla a que se les trate como inferiores.

Pero detengámonos a pensar cuál es la razón de este problema, pues a veces no basta el sólo promover que estas actitudes son indeseables. Muchas veces las acciones tienen un fundamento en la manera como se consideran los conceptos. Por ejemplo, algunos creen que es mejor tener el suficiente dinero para estar bien, mientras hay quien desea despojarse de sus posesiones para poder estar bien. Similarmente, creo que el problema de la discriminación es en principio conceptual, y ha orientado a las personas a actuar en consecuencia. El problema es seguir manteniendo la distinción conceptual entre personas con “capacidades diferentes” y con “capacidades normales”. Si queremos ser una sociedad de vanguardia, lo mejor que podemos hacer es eliminar dicha distinción y pensarnos bajo el concepto legal de individuo, sin verificar nuestras distintas características que por azar todos tenemos.

Pero a la vez hay que mencionar que no todos somos iguales. Algunos tienen el privilegio de nacer en buenas familias mientras que otros nacen en la miseria. Algunos crecen dentro de costumbres milenarias y otros bajo ideales posmodernos. Algunos somos mestizos, y otros tienen sus raíces físicas más arraigadas. Y de igual manera, genéticamente somos diferentes. Mis hijos probablemente nacerán con problemas cardiacos, y los hijos de Stephen Hawking nacerán con problemas degenerativos. No tenemos qué hacer un examen más minucioso que verificarlo empíricamente. El que todos seamos diferentes hasta de nuestros padres no implica que debamos comportarnos sin tomar en cuenta el estado de derecho. Hay ciertos elementos que debemos preservar para mantener un halo de cordialidad, como el respeto al otro, la tolerancia de las diferencias, la integración de aquellos que se adaptan con dificultad. Pero mantener nuestras diferencias lejos de resultar contraproducente, nos hace reconocer a los otros como radicalmente distintos de uno mismo, lo cual nos hace crear una identidad propia. Si fuéramos todos iguales, no habría una diferenciación que nos convenciera que nosotros somos únicos e irrepetibles.

Lejos de representar una contradicción el que todos debamos ser tratados por la ley de manera igual, pero conservando las diferencias que nos hacen ser lo que somos, esto representa un impulso por la justicia proporcional. No todos estamos en las mismas ventajas que los demás. Las personas con capacidades diferentes tienen que gozar de los mismos derechos que cualquiera pero necesitan tener una ventaja comparativa con qué ajustar los tacos de salida y poder competir con aquellos que no necesitan de ella. Los trabajos actuales deben ajustarse a las medidas de las necesidades para poder desempeñarse sin problemas. Y el hecho de que tengan qué crearse estos espacios que condicionen un desempeño óptimo no tiene qué generar carencia en otros ámbitos, como el trato desigual o el recibir un sueldo inferior.

En este sentido debe aplicarse la justicia proporcional, situada entre una justicia igualitaria y una justicia jerárquica. Es un hecho que todos somos iguales, pero si se trata de repartir equitativamente los recursos, sería injusto que quien tiene más recibiera lo mismo que quien tiene menos. Sería poco adecuado que quien usa sus dos piernas reciba una silla de ruedas. La justicia proporcional viene a aplicarse de tal manera que el que está en desventaja recibe más que quien no lo necesita. Las necesidades especiales requieren de un apoyo extra al de los demás, y esto lejos de significar un trato desigual favorece el poder competir de manera igual.

Aunque el fenómeno actual es contrario a lo deseable, debemos propugnar por una sociedad que poco a poco adquiera el concepto de justicia proporcional. Aunque los resultados inmediatos sean pocos, a la larga rendirán frutos cuando dicho concepto se acepte de manera natural entre todos los miembros de la sociedad.

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